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Cuento: Última Estación

Cine y Letras por Cine y Letras
abril 29, 2025
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Madrugada número 7.

El insomnio reptaba por su cuerpo con mayor ímpetu al pasar de los días, de modo que, encendió la radio en busca de una frecuencia sedante, mientras sostenía un Montana al rojo vivo entre los dedos temblorosos. 

Su pulgar derecho congeniaba con el índice girando la perilla del viejo artefacto, heredado por su padre, en medida que reconocía melodías y decidía cuál era lo suficientemente atractiva a sus sentidos.

                                                             Estática.

                                                  Voces distorsionadas

                                         Melodías que decaían en estática.

Hasta que la encontró; lástima que estaba a unos segundos de terminar. El cigarro también se había consumido. Sus dedos entumecidos abandonaron la posición de pellizco y, frustrado, decidió incorporarse para caminar por la habitación. 

Miró por la ventana atraído por un paseo nocturno, pero, más allá del lúgubre poblado donde residía solo se extendían campos estériles hacia lo lejano, lo desconocido. La televisión le irritaba y a esa hora tan solo se transmitía una paleta de colores chillantes acompañada de un zumbido ensordecedor.

¿Leería algo? No. Estaba tan cansado y aburrido que se dejó caer al borde del colchón, cerró los ojos y buscó el mínimo atisbo de sueño para tomarlo irremediablemente. El sutil canto de las cigarras le arrullaba, facilitando sumergirse en las mieles del sopor.

De pronto, la voz del locutor que narraba para su audiencia la trayectoria de un artista próximo a ser escuchado, sufrió una distorsión a causa de la estática, que cobraba mayor fuerza a cada segundo.

Esta violenta exaltación lo hizo levantarse de inmediato, pues juró que su potencia en aumento podría reventar la radio misma. Pronto, giró la perilla en todas direcciones con la necesidad de encontrar algo reconocible, pero la interferencia se precipitaba sin importar la mecánica, ni las frecuencias.

Una voz ronca se presentó de golpe, susurrando lentamente:

–Son las doce en punto, sea bienvenido a “Última estación”.

La estática golpeó sus tímpanos una vez más.

Desesperado, retomó la manipulación del artefacto y percibió que, aquella violenta interferencia parecía comenzar a obedecer a los movimientos de su mano, como si dos gotas de agua que bajasen a toda velocidad sobre una superficie se encontrasen de pronto y comenzaran a fusionarse: creando una estabilidad impecable; consolidando una sola entidad.

Las ondas que comenzaron a brotar de los gastados parlantes se volvían a cada instante más claras y delicadas, conduciendo sus sentidos nota a nota sobre un camino invisible, generando ecos a su alrededor e imparable, como una estela de luz violeta, que le diera sentido a algún vacío oscuro. Al notar que las vibraciones cambiaban con la mayor sutileza y magnificencia su alma se inundó de una sed extrasensorial…

¡Perdido, maravillado! Con los ojos más allá de lo que uno tiene permitido contemplar fue que se adentró la música de esta extraña estación de radio. El locutor nunca interrumpía el espléndido repertorio sonoro, cuyas pistas no se parecían a nada que hubiese escuchado en toda su vida.

Cuando conectó de lleno con la frecuencia fue transportado a lo que parecía otra dimensión, donde lo único que su existencia reclamaba era continuar siendo conducido por esta misteriosa onda, que prometía llegar hasta el fin del universo.

El tiempo dejó de existir…

…hasta que los matices del alba comenzaron a clarear al mismo tiempo que la estática ensordecedora invadía la pulcritud de las notas musicales, llenándolo de rabia e impotencia, conforme se intensificaba; cual adicto al sonido.

Sus ojos, desorbitados apenas parpadeaban, observando la minúscula pantalla ámbar en un intento de memorizar la frecuencia en que se encontraba aquella estación, pero fue en vano. Ella estaba ahí, eso era seguro, pero su sonido se ahogó por completo con los primeros rayos del sol.

                                                                 Estática.

                                                      Voces distorsionadas.

                                               Melodías que decaían en estática.

Ahí se encontraba de nuevo: frenético, girando la perilla de la radio en una búsqueda obsesiva hasta que, algo dentro de su persona aceptó que quizá solo era posible de madrugada y que, muy probablemente, ella lo había encontrado y no al revés.

La desesperanza que le invadió el resto del día fue como la abstinencia del más viciado ser humano, de modo que, se internó en el antiguo taller de su padre (desaparecido) levantando hasta la última piedra, negado a dedicar su existencia a otro fin, hasta que fue a dar con una caja de herramientas bajo llave.

Sin paciencia y con energía desbordada, se deshizo rápidamente del candado golpeándolo con un mazo, rebuscó en su interior y las entrañas se le congelaron al dar con un bonche de hojas con puño y letra de su padre; al parecer el tiempo había borrado la claridad de las palabras.

Junto a ellas solo se encontraba un cassette con la cinta deshilachada. En la etiqueta estaba escrita la frase que la voz ronca de aquel locutor había pronunciado: “Última estación”.

Su corazón comenzó a palpitar con rapidez y adrenalina.

Al escanear las hojas intentando reconocer fragmentos legibles comprendió que se trataba de una antigua estación de radio de la cual se especulaban múltiples historias: entre ellas, se le adjudicaba conspiracionismo en temas bélicos, transmisiones extrañas durante horarios nocturnos y, finalmente, ser abandonada sin razón aparente un par de décadas atrás.

Una nota al pie de la última página indicaba la forma de llegar a ese sitio:

“Mediante una ardua búsqueda por los parajes lejanos y desolados al sur del pueblo”.

En ese instante recordó el día que su padre desapareció sin más, abandonándolo en la soledad de aquella vivienda; tan solo había dejado la radio sobre la mesa y un silencio abrumador luego de partir. Gracias a la búsqueda de algunos piadosos pobladores, al cabo de tres días, encontraron su camioneta en medio del llano, en una escena extraña e incierta.

La tarde ya caía. El mismo impulso voraz de cada atardecer comenzaba a reptar por su cuerpo. Escuchar y recordar la divinidad hecha sonido ya no bastaría, pues su ser exigía ir más allá, como si de desvelar el secreto de la existencia se tratase.

Cuando el sol por fin se ocultó él ya estaba listo: taciturno, sentado frente a la pantalla ámbar entre la penumbra, en la frecuencia donde la madrugada anterior aquel misterio sonoro había nacido. En la chaqueta guardaba tan solo una cajetilla de cigarros aplastada, con su caja de cerillos. Eso y sus sentidos eran todo lo que necesitaría aquella noche.

Su corazón dio un vuelco cuando, suave y crepitante, un hilo de estática brotó desde la más imperceptible onda a través del parlante derecho del artefacto, y pronto se adueñó de ambos.

Tomó las llaves de la camioneta y salió rápidamente. A bordo sintonizó la frecuencia en la radio, sediento de respuestas mientras conducía en dirección al sur; donde años atrás se encontró el último rastro de su padre. El velo de la noche bañaba el automóvil, conforme se adentraba en los montes de los cuales provenían inquietantes aullidos.

Después de un largo trayecto, la estática había desaparecido casi por completo, cuando la siniestra voz del locutor de la “Última estación” susurró el nombre del programa, dando paso a la onda sonora que comenzó a inundar las bocinas.

Esta se intensificaba conforme avanzaba: el sonido en el aparato era moderado, sin embargo, las ventanas del vehículo comenzaron a vibrar, como si la frecuencia de las ondas aumentara. Decidió bajar entonces los vidrios y se dio cuenta de que todas las rocas de la zona desértica donde se había adentrado brincaban sutilmente, por no decir que lo hacía toda la tierra, provocando que en ella se dibujasen curvas que bailaban y se definían con cada retumbar.

No se detuvo hasta llegar al centro de una inmensa llanura donde, con gran ansiedad, pudo visualizar a lo lejos una oxidada reja de hierro que, cercaba una pequeña colección de torres de radio, edificios abandonados y líneas eléctricas; sin duda era el lugar de donde provenía aquella potente vibración.

Salió del auto apenas apagando el motor, eufórico, pero se mantuvo sigiloso hasta tocar la cerca que luego brincó sin dudar, cayendo en cuenta de que no llevaba consigo linterna o fuente de luz alguna, salvo los cerillos.

Llegó al edificio más grande y repleto de antenas. No le fue difícil deshacerse del viejo candado que aseguraba las puertas principales. Las bisagras rechinaron al abrirlas inquietándole por completo, pues tuvo la extraña sensación de alertar a algo… o alguien, inexplicablemente.

Con cerillo en mano entró a la recepción: era amplia, estaba empolvada y llena de telarañas, pero vacía. Visualizó unas escaleras al fondo del lugar y se dirigió a ellas, con las piernas temblorosas. En su ardua búsqueda subió múltiples niveles y abrió puerta tras puerta, impaciente, siguiendo la melodía de la noche anterior, misma que se esclarecía conforme avanzaba.

Al estar frente a una imponente puerta azul, supo que la había encontrado, pues esta retumbaba de forma extraordinaria, pero se mantenía sólida. Tras ella la melodía se encontraba contenida, impetuosa, esperando a ser liberada.

No pudo resistirse.

Giró la perilla en un arrebato de nerviosismo, abriendo la puerta de par en par y la onda mística lo invadió por completo, como una ráfaga eléctrica que colmó sus sentidos hasta desarmarle el sentido de la existencia.

Se dejó invadir… entregó su ser a la onda y ella podría haberlo desintegrado si quisiera, pero no fue así, porque tenía planes para él.

Extasiado, tomó aquello que le faltaba para relajarse por completo: sacó la mallugada cajetilla de su chaqueta, encendió un cerillo y se llevó gran sorpresa cuando, al iluminar tenuemente la cabina con aquella flama vislumbró la silueta de alguien que estaba sentado frente a un micrófono a la altura del rostro, mismo que estaba cubierto por matas irregulares de cabello.

Sobre su cráneo reposaba un par de auriculares y una mano esquelética aún se encontraba aferrada a la base del micrófono. Fue entonces que lo advirtió: era el cadáver de su padre.

Sintió como si el corazón se le subiera a la garganta de golpe, pero comenzó a recuperar la calma cuando la música se tornó aún más exquisita, obligándole a arrastrar los pies hasta llegar junto al locutor de la “Última estación”.

Haló de su cigarrillo, entregándose a la onda que, imparable, lo conducía de nuevo por ese místico y sombrío sendero, del cual ya era parte, entonces supo por qué ella lo había llamado.

Lo comprendió en ese instante.

Tomó asiento a un lado de su progenitor, quien seguramente ya se encontraba en el punto más lejano al que la onda podía llegar.

Se colocó los audífonos y… se dejó llevar.

Sobre la autora:

Sabina Valeria Vargas Suarez, 24 años. Ecatepec, Estado de México. Comenzó su interés por la literatura en su infancia, ya que devoraba textos escolares, para luego, adentrarse en el mundo de los libros. Con su gran imaginación gustaba de escribir cuentos ocasionalmente. En su pubertad escribía una novela en wattpad como pasatiempo y fue ahí donde descubrió la satisfacción de transmitir emociones a sus lectores. 

Posteriormente, en la adolescencia, tuvo la necesidad de expresar sus emociones en una historia que llevaba tiempo gestando; el dolor, la muerte y el romance se mezclaron en su interior para dar luz a su novela debut: “Recuerdos de amor y muerte”, la cual fue publicada en octubre del 2021, con Gato Tuerto ediciones. Comenzó la carrera de Lengua y literatura hispanoamericanas en la FFyL UNAM en 2022. El mismo año participó en Fóbica Fest, en el marco Memoria y Destino junto a Dana Tobón y Patricia Gonzáles.

Más tarde colaboró en dos antologías de cuentos de terror: La lotería del caos vol. II y Desde el espacio visceral bajo el mismo sello editorial. Una autora que busca construirse; definir su sendero con letras. 

Etiquetas: CuentosLiteratura
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Comentarios 1

  1. Sabina Vargas says:
    hace 1 semana

    Muchas gracias Antony! 😸✨
    Por acá dejó mis redes
    IG: sabinae_scriptum
    FB: Sabina Vargas

    Responder

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