Por: Ayleeth Altin
Y ahí estaban los cuatro chicos, sentados alrededor de la mesa, tratando de arreglar el malentendido que acontecía. Ninguno pensaba ceder y mucho menos, retirarse. No sin dar batalla. ¿El problema? Habían sido víctimas de un fraude. El departamento en que se encontraban era bastante decente, y no tan fácil de encontrar, mucho menos en esa zona y a ese precio. Definitivamente era una ganga que no se podía desaprovechar y menos, después de tantas malas jugadas de la vida y ahí salió un revés más: cada uno de ellos tenía el mismo contrato… y la misma llave para el departamento.
Ninguno de ellos se conocía y realmente no querían hacerlo, solo querían lo que les pertenecía, pero ¿cómo? ¿Cómo, si todos tienen derecho a lo mismo? Ninguno se retiraría del lugar, el depósito se había hecho y ninguno llevaba más. Curiosas coincidencias del destino para personas que no se conocen, pero tienen algo en común: todos huyen.
Vitaly Ivanov (27), huyó de su boda porque encontró a su prometida acostándose con su mejor amigo, mató a ambos en el acto. Akira Kimura (18), escapó tras descubrir que era adoptado, eso explicaba el acoso durante años. Aslan Ospanov (20), huyó de casa al enterarse que su padre era mafioso y fue quien asesinó a su madre. Yaroslav Volkov (17), se fugó tras un fallido intento de asalto; necesitaba el dinero para su abuelo enfermo.
–Bien, ya que, por lo visto, nadie piensa ceder, creo que al menos, deberíamos pasar la noche tranquilos, los cuatro, y mañana arreglaremos todo con calma—habló Akira, de origen japonés, introvertido, de cabello azabache y ojos color marrón. Usaba gafas y era bastante delgado. La víctima perfecta para el acoso que le daba su “familia”.
–Al menos alguien habló, pero quiero dejar claro que ser solo por hoy, mañana no me importa si tengo que sacarlos a golpes—musitó Yaroslav, muy fiado de su egocentrismo, era el más pequeño de edad y también de estatura. Aún más delicado que el nipón. De rasgos delicados, piel nívea, radiantes ojos esmeralda y una cabellera dorada, lo que lo convertía en la señorita en apuros, cosa que detestaba infinitamente.
–Deberíamos comer y dormir, mañana arreglaremos las cosas con más calma—Aslan era de Kazajistán, el tipo de persona que intimidaba por su seriedad. Con su ceño fruncido no era fácil saber lo que pensaba o pretendía; su mirada al igual que sus palabras eran tajantes. Además, era muy apuesto.
Por último, estaba Vitaly, un apuesto chico de cabellera platinada, ojos turquesa y sonrisa hipnotizante. Solo sonreía y miraba a los demás. El único momento en el que habló fue para intrigar a los otros:
–Bien, decidiremos cómo dormir, dos en cada cuarto. Yo puedo dormir con Akira—dijo mientras guiñaba su ojo coquetamente.
–¿Qué carajos te pasa a ti? Los menores dormirán juntos, y yo te vigilaré durante la noche—dijo el kazajo ante la extraña iniciativa que el ruso presentó.
Cada uno de ellos fue a sacar algunas de sus pertenencias para poder dormir, cualquier cosa que pudiera servir para usar de almohada y de cobijo. En un momento en el que buscaba su mochila el rubio miró con curiosidad una pequeña caja de madera, estaba en la mesa y llevaba un candado ya viejo, de esos que ya no se ven. Estaba adornada con unas vistas plateadas en cada uno de los bordes, la madera tenía grietas y polvo por todos sus lados.–¿De quién es esta caja?—Todos respondieron negativamente. Al acercarse a verla se percataron que no la habían notado antes. Al rubio le consumía la curiosidad así que lo sugirió:
–Deberíamos abrirla.
Y la tomó entre ambas manos y la sacudió para escuchar si había algo en su interior. No escuchaba nada, pero a pesar de eso era pesada. Aslan, que a sus veinte años era ya muy maduro, esta idea no le pareció buena—Deja eso, si está cerrada por algo debe ser—dijo, y se la arrebató de las manos, llevándola a un mueble que estaba en la cocina.—Eres un aguafiestas—se quejó el pequeño ruso.
Como se había decidido, Vitaly dormiría en la misma habitación que Aslan, por su parte, Akira junto a Yura, como le gustaba que le llamaran. Se acostarían en el suelo con las pocas cosas que llevaban.
–¡Akira, si te sientes solo dímelo y te haré compañía!—gritó risueño el ruso mayor a su vez que le regalaba un guiño, el nipón sintió un escalofrío que le recorrió la espalda; ciertamente, le pareció apuesto, pero intimidante a la vez. Así que negó con la cabeza y se retiró a revisar la habitación en que se quedaría; al llegar, observó detenidamente que era muy parecida a su habitación. Se dirigió a la ventana y observó que en el borde había una pequeña llave que le provocó curiosidad, “debe ser de la caja”, pensó mientras la tomaba para luego guardarla en el bolsillo de su pantalón.
Llegada la hora se dispusieron a dormir. Entrada la noche, Akira se despertó, tenía que ir al baño, salió de la habitación y escuchó un ruido proveniente del mueble donde estaba la caja. Se acercó, pero la caja ya no estaba allí, se sintió aliviado y pensó que Aslan la había cambiado de lugar. Después de ir al baño regresó y al abrir la puerta, al pie de la ventana vio la caja. Quiso ignorarla, pero la curiosidad le carcomía por dentro, así que se acercó a ella y la tomó con ambas manos. Yura despertó llorando, había estado soñando con su abuelo, a quien extrañaba mucho, estaba cubierto en sudor. Akira se acercó a él y lo abrazó, Yura un poco sorprendido, aceptó el abrazo.
–Sshh…sshh…tranquilo pequeño, estoy aquí—Akira acariciaba suavemente el cabello del chico que comenzó a tranquilizarse, hasta que de nuevo habló—Tranquilo pequeño, mientras mami esté aquí, nadie te dañará—no entendía lo que le decía, era como si Akira fuera una persona completamente diferente.
–¿Qué te pasa? ¿Estás loco?—Yura se asustó y lo empujó.
Se levantó para salir de la habitación, pero en eso, sintió una fría mano que lo tomó del tobillo haciéndole irse de bruces contra el piso de madera. Su rostro golpeó de lleno haciendo que su boca se llenara del metálico sabor de la sangre. Akira se puso rápidamente de pie colocándose encima de las muñecas del rubio, quien se quejaba del dolor al sentir sus huesos crujir:
–¡Aaarghh! ¡Quítate maldito cerdo o te mataré! ¡Lo juro!
–Tranquilo bebé, haremos que papá pague por traicionarnos—susurraba el contrario, en cuclillas, tomando su rostro con las manos. Una escalofriante sonrisa se pintó en su rostro, llevó ambas manos al cuello del rubio y comenzó a apretarlo. Akira le observaba mientras sentía cómo se retorcía y pataleaba con fuerza buscando escapar, al poco tiempo, Yura dejó de pelear.
Aslan se despertó al escuchar las voces y los ruidos que venían de la otra habitación. Al entrar al cuarto vio a Yura tirado en el piso, con un poco de sangre en su boca.
–¡Hey! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?—De pronto el kazajo sintió el frío abriéndose camino a través de su carne, dando paso al calor de la sangre.
–No te preocupes cariño, tú también estarás a salvo de papá—estaba realmente boquiabierto, no tenía idea de que rayos hablaba. Sentía como perdía las fuerzas y su vista era borrosa. Quería gritar, pero la voz no le salió. No paraba de sangrar, y al final, se desplomó.
Akira se hincó a su lado susurrando suavemente—Le dije a tu padre que les haría daño tu traición, y mírate ahora, pero tranquilo… mamá terminará con tu dolor—No vio su vida pasar frente a sus ojos, solo la horrenda visión del japonés abalanzándose sobre él, comenzando a encajarle el cuchillo. La vida del kazajo se había consumido.
Vitaly se encontraba tranquilamente dormido, al parecer de sueño pesado pues no escuchó como terminaban con la vida de los otros dos en la habitación siguiente. Tampoco sintió a Akira cuando se le subió encima y comenzó a susurrarle—Cariño, despierta, tengo algo para ti—El ruso reaccionó lento, abriendo de poco a poco sus ojos viendo al nipón sentado en su entrepierna, situando sus manos sobre sus caderas y empujándose contra él para que sintiera la erección que en él le había causado. Akira comenzó a besar su cuello y pecho, mientras pellizcaba los rosados pezones del ruso, quien comenzaba a jadear debido a la excitación—Supongo que ahora que empezaste, lo terminarás, ¿verdad?—Replicó mientras apretaba las nalgas contrarias.
–Claro que lo terminaré cariño, después de todo, para eso vine—el nipón le brindó un apasionado beso, dejándose llevar por el delicioso sabor que le brindaba, hechizándolo con apasionadas caricias, deslizando su mano por su torso… y de un rápido movimiento acertó con gracia al pecho de Vitaly que solo logró gimotear de dolor al sentir el afilado cuchillo, introduciéndose en su pecho.
Su rostro desencajado se elevó lentamente observándole con una mirada incrédula– ¿Duele?-preguntó empujando más profundo la hoja viendo con orgullo la sangre manchar la blanca playera y brotando de sus labios, los cuales, volvió a besar deleitando sus papilas gustativas, separándose para volver a susurrar—Este es tu castigo por engañar a tu esposa no debiste hacerlo…–Sonrió mientras movía aquel puñal sintiéndolo topar con sus huesos, notando como la muerte iba haciéndose presente, con un rictus de dolor.
Su lengua recorrió su cuello, bajando lentamente hacia la suave nívea unión con el hombro, sintiendo el hambre y la desesperación consumirlo por dentro. Pasó saliva pesadamente, relamió sus labios y clavó sus dientes con fuerza sintiendo su exquisita y cálida sangre complacerlo con su dulce y ferroso sabor. Bailaba en su boca aquel suave trozo del ruso. Masticándolo con ansias, para permitirse más. Salvajes mordidas se dibujaban en sus brazos, su pecho, torso, cada suave parte que estuviera a su disposición; se comía con felicidad al ruso. Y el ruso iba dejando de tener una apariencia humana mientras, el nipón continuaba saciando su hambre. Se levantó dejando aquel cuerpo enfriándose, tomó camino hacia la ventana donde, yacía la caja a la cual susurró antes de lanzarse hacia el vacío estallando su cuerpo al impactarse en el pavimento.
El reporte oficial presentó la escena como una masacre solo vista una vez en el pasado, en ese mismo lugar. El día que un ama de casa en venganza por el engaño de su esposo asesinó a sus hijos y al mismo, para después quitarse la vida; lanzándose por la ventana. El departamento fue cerrado nuevamente, pero permanecía dentro aún, llena de polvo aquella caja cuyo contenido solo dos personas lo supieron, claro, ahora están muertas…
¿Y tú? ¿Quieres ver?
Aylet Ramírez, 33 años, nacida y residente de Nuevo León, México. Trabajadora a tiempo completo, dibujante novata, soñadora constante y escritora reprimida qué busca hacer algo interesante para salir de la monotonía.