Autora: Maadim Bet
Érase una vez, una bruja de piel verde y negro sombrero puntiagudo. Érase ella la típica bruja con largas calcetas de rayas rojas y blancas, y con zapatillas negras de tacón. Pero había una cosa dispar a lo típico, pues no érase ella la anciana encorvada y narizona.
¡Claro que no! Ella habíase dedicado a crear una magia especial para mantener su juventud y belleza voluptuosa. Su cabello era rizado y abundante, de color dorado. Se maquillaba profusamente: delineaba sus cejas en alto, enmarcaba de violeta y en forma felina sus ojos pardos, además, aplicaba un rojo ofensivo en los labios.
Y aunque, antes su vestido fue el típico de una bruja, lo modificó entallado y escotado, orgullosa de su figura curvilínea. Así salía por las noches, como era acostumbrado para las de su especie. Disfrutaba mostrar su gran atractivo y así se divertía, en libertad, luciendo su mejor creación mágica.
Sin embargo, solo causaba terror a los lugareños, quienes no sabían cuando fue que esa bruja, llegó a vivir al bosque junto a su pueblo. Y contaban de boca en boca: al ser tan poderosa, con facilidad tienta a los incautos a seguirla a lo profundo del bosque, ¡para ser cocinados a fuego lento, en su gran caldero y devorados enteros!, y si acaso quedasen sobras, terminarían servidos en platitos para sus gatos.
Mas, solo un detalle de esas habladurías era cierto, que prefería la compañía de los mininos por encima de cualquier mortal embustero. ¡Nadie imaginaría que esa bruja ni siquiera se interesaba en la carne humana! Tampoco sabían su nombre, y contaban: si alguien lograse descubrirlo, estaría obligada a cumplirle todos sus deseos. Pero el miedo de acercársele era más grande que cualquier avaricia.
Una noche, flotaba por el bosque, sobre su escoba ataviada con un gran listón, e iluminaba su camino con un candil al frente. Cuando se cruzó con un niño solitario, cosa bastante excepcional. Y más inesperado todavía, fue que el pequeño no reaccionó con temor al verla. La cara del niño habíase llenado de asombro y curiosidad, lo cual enterneció a la bruja al instante. Ser poderosa no implicaba que su corazón fuera duro.
El niño le hizo mil preguntas. Y ella respondió divertida con sinceridad.
–¿Por qué flota tu escoba?
–¡Porque lo espíritus del aire me acompañan!
–¿Y cómo es que brilla así tu pelo?
–Porque uso mi menjunje que guarda los rayos del sol.
–¿Por qué eres verde como la menta?
–Pues, me gustaba tanto ese vital verdor, ¡que terminé adoptándolo! — dijo al señalar un árbol.
–¡También me gusta mucho la menta!
El intercambio se alargó y la bruja pudo confirmar que el niño estaba perdido. Y adivinó que nadie lo buscaba. Fue así que la bruja lo invitó a cenar a su cabaña en el bosque desolado. Le preparó, con champiñones, su mejor receta de estofado, muy bien condimentado; platillo que, por mera casualidad, era el favorito del niño, y lo engulló precipitado. ¡Quién sabe cuánto tiempo llevase sin bocado!
Ahora ella le hizo preguntas por curiosidad. El niño le explicó que su única familia era una hermana mayor, quien habíase extraviado en el bosque hacía tiempo, y los pueblerinos contaban: seguro fue devorada por los lobos, o peor aún, ¡por la bruja!
Y cada vez que se lo repetían, el niño soltaba en llanto. Algunos se burlaban, mientras que a otros les molestaba su lloriquear. Pero el niño nunca les creyó. Habíase adentrado al bosque cada día, la buscó y buscó, hasta que él mismo se perdió.
Al hablarle sobre su hermana, se puso a sollozar. La bruja nunca había conocido un mortal tan sensible, y le pareció muy bello. Y supo que allá afuera, en el gran bosque y entre esos agrios rumores, no encontraría lugar un niño tan vulnerable; del mismo modo, invaluable.
La bruja pensó, pero sin pensarlo tanto y decidió entonces darle su nombre. Habló con dulzura —Me presento, soy Fer-fel-kulge. Y los gatitos te dan la bienvenida.
Esto distrajo al niño de su llanto, gimoteó. A su lado, un gran gato peludo y blanco le maulló con inusual tono grave, y se frotó en su pierna. El niño se deslumbró en una amplia sonrisa y le acarició la espalda.
Ferfelkulge continuó —Los gatos andan de acá para allá, a sus anchas. Salen a juguetear y cazar; un ratón, un ave tal vez. Por pura diversión. Después duermen al momento que les plazca. Y si se les antoja, se acercan y te dan cariño. Pero lo importante es, que viven de forma auténtica. En libertad. Siguen sus meros instintos animales, mas, ahí se halla su pureza; algo que la gente de tu especie a veces no puede comprender. Y tú, mi niño, aún perteneces a tu naturaleza. Por eso seguiste tu intuición y saliste a buscar a tu hermana perdida, aunque todos te dijeran que no había esperanza. Fuiste fiel a ti mismo. Por lo que, en verdad nunca estuviste perdido. Te invito a permanecer aquí, si así lo deseas. Podrías vivir tranquilo en compañía de los gatitos. Ellos no te juzgarán, pues son cándidos como tú. Y yo podría ser tu hermana.
Así fue y ahora se cuenta, que se encontraron mutuamente en su naturaleza, para nunca más estar solos; la poderosa y desenvuelta bruja, y el niño de gran corazón y franqueza.
Martha Martínez (Guadalajara) Creadora visionaria instruida en artes visuales por parte del CUAAD. Con estudios de narrativa iniciados en el Centro de Cultura Casa Lamm. Comienza a publicarse como escritora en el 2023, con su participación en el proyecto alternativo Tinta Extraña. En octubre del año en curso, publica una recopilación de cuentos con el apoyo de la editorial independiente Bajo Mundo Ediciones, que se presentó en el Fondo de Cultura José Luis Martínez.
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