Cuento por: Cintia Arellano
La mañana amanecía húmeda y fría, cuando mi amigo el Poeta, y yo, emprendimos el ascenso hacia el asta bandera de Monterrey, Nuevo León, con la esperanza de capturar el espíritu urbano de la capital nuevoleonesa, desde las alturas con nuestras cámaras. Al llegar al mirador, vimos que una pareja inmersa en íntima conversación calentaba una de las bancas al aire libre, entre susurros de complicidad. Nosotros, atentos a nuestro objetivo, fotografiamos el horizonte mientras el frío y la humedad se infiltraban en nuestros huesos. El viento frío nos convenció de abreviar la sesión y entrar en nuestro coche para evitar congelarnos. La pareja, que había buscado refugio en su vehículo al vernos llegar, se había esfumado, o, al menos eso creíamos.
En una de las curvas descendentes, la imagen de una mujer frágil y mal abrigada, se materializó ante nosotros. Resbalaba con sus taconcitos de charol, inadecuados para la carretera mojada. Al parecer, el hombre se había ido, abandonándola a su suerte en pleno paraje solitario. Le ofrecimos llevarla, y ella, con una sonrisa que pretendía ocultar su desamparo, aceptó. Se acomodó en el asiento trasero y nos pidió que la dejáramos en el Obispado, pues deseaba únicamente evitar un percance en la bajada. Al llegar a la explanada del Obispado, mi amigo me abrió la puerta con su acostumbrada galantería, repitiendo el gesto con la mujer. Ella, azorada y temerosa, se replegó contra el auto, rogando con voz angustiada: “No, por favor, quédese con su amiga”, el Poeta, desconcertado, no comprendía por qué se sentía acosada. Le sugerí ignorar su reacción, suponiendo que podría tener algún deterioro mental. Para calmarla, le pregunté su nombre. “Me llamo Elena Guliakova”, respondió, mientras los primeros rayos del sol se reflejaban en sus ojos sorprendentemente amarillos, a tono con su cabellera. Su voz, firme y con un agradable acento extranjero, dejaba entrever un pasado de grandeza.
Al escuchar su nombre, recordé un reportaje reciente en el que contaban que Elena había sido una patinadora artística, una deportista rusa que destacó en competencias internacionales y fue campeona mundial de 1998 al 2001, una época donde sus logros deportivos la llevaron a formar parte de la Asociación de Deportes Invernales en México y ser miembro de la Federación Mexicana de Patinaje sobre hielo y deportes de invierno. Pero el capricho del destino quiso que la entrenadora de patinaje empezara a sufrir desórdenes mentales y de conducta que, derivaron en una detención en el Penal del Topo Chico y posteriormente, en un diagnóstico de esquizofrenia paranoide en 2010. La fulgurante trayectoria de la exestrella había fracasado al igual que su matrimonio. Sin recursos, ni familiares que velaran por ella, muy pronto fue vista vagando por las calles, hallando refugio en cajeros automáticos. Algún tiempo estuvo internada en el área psiquiátrica del Penal del Topo Chico, pero, tras una revisión de su caso, fue liberada, solo para volver a su vida de indigencia.
Para no alterarla, el Poeta y yo reanudamos nuestro camino, calle abajo, con el corazón encogido por la situación de Elena, pues no sabíamos cómo apoyar a una indigente con problemas mentales, que, además se negaba a recibir ayuda. Al volver la vista atrás, la vi alejarse caminando con porte erguido, indiferente a la llovizna fría que empapaba sus piernas desnudas y salpicaba su cabello dorado. En el silencio del amanecer sobre la loma del Obispado, el eco de los taconcitos resonaba sobre el pavimento, disolviéndose en la bruma que engullía su frágil figura en la lejanía, con la misma avidez con que la niebla mental había devorado su cordura.
SOBRE LA AUTORA: Cintia Arellano. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UANL. Ha publicado tres libros: Historias de semáforos (microrrelatos desde la guerra del narco al Coronavirus), Animalero (microrrelatos sobre encuentros con animales fantásticos) y Canto de Sirenas (relatos para aliviar la Pandemia). Tiene en el horno una antología con sus mejores treinta relatos. Sus temas abarcan los géneros de la ciencia ficción y las leyendas y la historia de México y Nuevo León. Mezclados con anécdotas y sueños en un estilo claro y directo y que recuerda al estilo del maestro José Juan Arreola.
Pueden seguirla en su página de Facebook: Cintia Arellano Escritora. Ahí pueden leer sus textos que también se publican en el periódico El San Pedro, cada quince días. Mismos que también se pueden leer en su página de escritora
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