Parte II
Autor: Nazario Vázquez
X no podría estar más de acuerdo. por lo que partió albergando una agridulce sensación. Incursionando en su departamento y habiéndose puesto sus pijamas, se sentó sobre su habitual escritorio a juzgar su fresco cuadro.
–Insufrible chiste del abismo– lo condenó, comparándolo con su visión original. Sin aviso previo, sus pensamientos empezaron a desglosarse. Carecían de claridad y se retorcían de modo desorganizado. En el desenlace, apuntó en una hoja que tenía a la mano los breves destellos que su mente podía aprehender muy imperfectamente de algo. Sobreviviéndole un creciente dolor de cabeza, cómo si su cerebro se agitase, cayó fulminado.
Despertó, su vista, al principio borrosa se iba acoplando a la luz matutina, ante sí reposaba una hoja. Leyó su mensaje, en apariencia ilegible dada la calidad de su letra.
Ha abandonado la hija el trono derecho del rey para luego caer y volverse prostituta de demonios, siendo profanada día y noche hasta el fin de los tiempos, aun así, hay una forma de salvarla.
Su brevedad indicaba que duró muy poco tiempo en ese estado, contradiciendo su percepción. Apresurado, cubrió con su cobija el cuadro, abrigando aires de respeto, y temiendo otro incidente. Por lo demás, el sentido que guardaba el escrito le continuaba siendo ajeno, no obstante, hacía eco la pregunta: ¿Cómo puedo salvarla? De cualquier forma, lo guardo considerando más adelante presentarlo a Joseph. El rugido de su estómago no se hizo esperar. Su cuerpo le demandaba alimento, pero, para desgracia suya, el platillo proporcionado por Amelía se había podrido y sus provisiones se acabaron. Despreció su vocación y las penas que le prodigaban. Dispuso su pintura menos apreciada, un retrato de una arboleda marchita, y la ofreció a sus vecinos yendo de puerta en puerta pidiendo solamente 50. Le rechazaron los primeros cuatro del ala derecha, hasta que dio con el quinto, quien le dio la cantidad solicitada, añadiéndole un plato de sopa fría. X le agradeció de sobremanera entregando el cuadro a regañadientes.
Ya de vuelta en su cuarto, comió disfrutando un sabor diferente. Durante el intervalo de dos horas, X dibujaba el boceto de Amelia, diseño desviado de sus genuinas inclinaciones, y, sin embargo, representativo de una sensación reprimida. Unos ininterrumpidos golpeteos le hicieron desistir:
— ¿Quién es?– Preguntó acongojado.
Los azotes incrementaron su intensidad en respuesta.
Inseguro, recibió al autor del ruido. Resultó ser Joseph, convertido en un auténtico demente.
–¡Te lo devuelvo!– Gritó arrojando el manuscrito que se supone descifraría.
— ¿Qué sucede Joseph?– Inquirió X procurando mantener la compostura.
— El libro… No debiste entregármelo.
–Entra y recuéstate un rato, dime que pasa– Dijo X tomándole su brazo derecho y conduciéndolo a su cama, siendo Joseph un tanto resiliente.
–Yo investigaba y descifraba…– Espeto Joseph con más tranquilidad– cuando decidí saltarme todo el contenido y leer un nombre que jamás debí encontrar, algo se materializó, yo….
–Respira y tranquilízate– Dijo X.
–Intenté comunicarme, pero respondió con gruñidos y ruidos horribles ¡Maldita sea!– Grito Joseph apartando a X– ¡Ahí esta!
Joseph apuntó hacia el umbral.
–¡Ayúdame!– Continuó arrastrándose al piso y abrazando las piernas de X, realizando toscos movimientos impropios de la vejez.
–Tranquilo Joseph– Exclamó X algo alterado.
Consiguiente a nuevamente recostarlo, telefoneó al hospital local:
–Hospital Lucífugo ¿Podemos ayudarlo?– Le atendió una mecánica voz de mujer.
–Sí– Se quedó petrificado un breve instante– Mi amigo ha sufrido un colapso, necesito asistencia.
–Muy bien, retenga al paciente tanto como le sea posible. Llegaremos en 10 minutos.
X colgó y abrazo a Joseph reconfortándolo, indicándole que la ayuda estaba en camino. Pasados 15 minutos dos robustos hombres, vestidos de blanco, se llevaron a Joseph, el cual cooperó albergando una paz inusitada. El silencio retornó.
Aunque dudando, conociendo los riesgos que implicaría examinar el cuaderno, su morbo le superó. En la primera página encontró una hoja suelta donde se encontraban las anotaciones de Joseph. Procedió a leer:
Página 1:
El dragón es un símbolo del ouroboros (Ciclo de muerte y reencarnación). En síntesis; su discurso manifiesta que el autor desprecia la vida. La muerte es aparente, pues el alma, tras partir, debe tomar un nuevo cuerpo. La madre es el principio productor de la vida; originalmente no debimos haber existido, somos un error o accidente de realidades más elevadas. El eón es “Plenitud”. El autor indica su propia mortalidad, que lo condiciona a no poder percibir la plenitud. Se menciona a “Samael” (Veneno de Dios/Ángel del rigor) y Lilith (La primera esposa de Adán, antes de Eva) Son demonios en el judaísmo, sin embargo, aquí son considerados Dioses. El padre (Luz) es el principio espiritual y rector que dota de orden a la materia (Posiblemente Samael) (Pag 5).
Página 2:
La materia se sustenta de la luz, siendo la primera un aspecto de la última. Todo es un aspecto de un mismo elemento. Los seres humanos somos una endeble pieza del todo, el cual es representado como un ouroboros que se devora a sí mismo y devora sus propias heces, como una rueda que siempre gira sin detenerse. Las estrellas se alimentan del ser humano, siendo, por destino, esa su genuina función.
Página 3:
Las acciones del ser humano son fútiles e insignificantes, en lo temporal (Tiempo) están inmersos y sus consecuencias son temporales.
Página 4:
Se señala que el genuino camino del héroe (Hércules) consiste en cometer sacrificios y romper con el orden establecido por defecto… “Cada asesinato es un peldaño a la escalera para ascender hacia lo eterno”. La salvación final consiste en la muerte real e imperecedera, no la ilusoria de la reencarnación.
Página 5:
La sabiduría consiste en integrar el Yo al Todo; es por ello que se sugiere mantener la individualidad buscando el conocimiento sin sabiduría. La madre (En este sentido es otra madre; manifestación divina del Padre. Pag 7), no debe ser escuchada… Se introduce elemento de Belial.
El escrito fue algo breve y aún críptico. ¿Demasiado denso era el texto? o ¿Deliberadamente Joseph decidió eliminar las demás páginas, asumiendo que las hubiese? ¿Enloqueció, o llegó a una forma de mística? Regresando a los apuntes, resulta fascinante su vía de salvación, invitaba a trascenderse mediante el asesinato. Y Belial, seguramente no se refería al demonio literalmente, sino a otro símbolo. ¿Debía él mismo concluir el arduo trabajo? De pronto, X recordó al “iniciado” mencionado por Amelia. Siendo aquel capaz de percibir lo que mora tras el velo de lo “real” podría ilustrarle acerca del misterioso cuaderno y su funesta víctima, de paso, quizás finalmente podría definir y enfrentarse a “lo otro”. Habiéndose recompuesto, se comunicó con Amelia:
Beep, beep, beep. Nada; lo intentó de nueva cuenta.
Beep, beep:
–¿Hola?
–Amelia. Necesitamos vernos, tengo novedades.
–Sí, deberíamos encontrarnos ¿Tienes hambre?
–¿Sugieres algo?
–Te quiero invitar a almorzar, yo también tengo noticias, y son buenas.
–¿Cuándo quieres que nos encontremos?
–Mañana a las 10:00 am, ¿Te parece bien?
–Sí.
–Sería en el restaurante “El péndulo”, qué se encuentra por la calle P, al lado de la carretera R, ¿Lo conoces?
–Por supuesto.
–Bien, nos vemos Edmund, no faltes– Dijo Amelia dejando esbozar una ligera alegría. Siendo el día siguiente y dando la hora, X fue al “Péndulo”, usando las únicas prendas formales de las cuales disponía.
El sitio se miraba más grande de lo que X había imaginado. Distintas ventanas amplias rodeaban la sucursal, empero no daban paso a su interior, solo un negro fondo neutro. X se introdujo. Sombras y siluetas, algunas deformes o que jugaban con la constitución humana, dominaban el panorama. Sus varias voces, que formularon sonidos dispares, compusieron un grotesco cántico dedicado a un dios extraño, por su ritmo podría deducirse que al gran Moloch. Las luces, tan separadas como estaban, iluminaban solo áreas precisas dificultando delimitar cualquier elemento. X captó una diminuta forma que alzaba un aparente brazo. Asumiendo que se trataba de Amelia, X fue hacia ese punto. Al posicionarse se dio cuenta de que era un esqueleto– ¿Decorativo o real?– se preguntó– Mejor no averiguarlo– Se giró y buscó a diestra y siniestra. Chocó entonces con una mujer:
–Disculpa– Murmuró X, quien se sorprendió al divisar su cara. Tenía mejillas gruesas, incongruentes con su esbelto cuerpo. Su papada caía floja y sus ojos no tenían párpados.
–No se preocupe—Espetó evidenciando una rasposa voz.
X se alejó. Luego, reanudó su travesía apareciéndose rostros cada vez peores, distando de los caracteres humanos hasta dar con lo inhumano, lanzando gritos terribles.
–¿Qué te sucede?– Preguntó Amelia preocupada.
X salió como de un trance. No recordaba cómo llegó hasta ahí, solo haber visto eso que comenzaba a desvanecerse de su mente.
–Perdóname, no sé qué fue lo que me pasó o cómo he dado contigo.
–Te trajo una camarera a petición mía. Dijo que te encontró pálido y desvalido. ¿Qué te afectó tanto?
–No puedo recordarlo.
Amelia le dirigió una mirada de incomodidad.
–¿Cuáles eran tus buenas noticias?– Preguntó X sonriéndole, procurando desviar el tema.
–Pude encontrar las notas de investigación de Gustav… Eso me da esperanzas Edmund– Dijo Amelia sonriéndole.
–Me alegro Amelia, pero te advierto que tengas cuidado… Mi noticia está relacionada con una tragedia ocurrida justo ayer. Mi amigo, quien te mencione estaba descifrando el manuscrito, acabo enloquecido. O al menos eso podría pensarse pues afirmaba haber evocado algo por accidente, aunque no puedo estar seguro, ahora está en el hospital– Dijo X cabizbajo.
–Pobre hombre. Visítalo después.
–¿No crees que deberíamos consultar a ese tal Félix?– Dijo X manteniendo su porte.
–¡Me costó una fortuna contar con sus servicios! De ir nuevamente acabaría en la ruina–Respondió Amelia sobresaltada.
–Y, ¿si la información en estos libros son de su interés, podríamos llegar a algún acuerdo?
–No lo creo, es una persona cruel y egoísta. No piensa en nadie más que en sí mismo y sus ambiciones.
–No perdemos nada con intentarlo.
–A menos que sirva para tentarlo a maldecirnos– le interrumpió Amelia con genuino temor.
–Amelia– Dijo X tomando sus manos– No tengo ninguna otra idea de cómo salir de este laberinto.
Tras pensarlo en completo silencio, respondió.
–Bien, tendremos que ir esta noche, que es cuando Félix se encuentra disponible, clamando su regreso a la logia– Dijo Amelia al borde de las lágrimas.
–¿Puedo tomarles la orden?– Una amarillenta y entristecida mesera les atendió.
–Café negro y pay de manzana por favor. ¿Tú Edmund?
–Yo quisiera leche sola y un pay de limón.
La señorita se retiró desanimada.
–Te he extrañado mucho ¿Sabes? En mis momentos de lucidez te recordaba– Dijo X sorprendido de haberse permitido expresar semejante frase, cosa que compartió Amelia.
–A veces me he preguntado cómo habría sido si hubiésemos estado juntos.
X le lanzó tiernas miradas, como las que suele dirigir un ternero a su criador y próximo ejecutor.
–Me arrepiento de haberme casado con Gustav. No ha hecho más que traerme problemas, incluso muerto.
–Aquí tienen su pedido– Exclamó la mesera destruyendo el instante. Aunque no evidente, disfruto haber llevado a cabo su crimen.
Degustaron sus platillos con relativa indiferencia. Al concluir Amelia solicitó la cuenta y pagó lo correspondiente. Entre ella y X no volvió a surgir el asunto. Sin percances partieron.
–Nos encontraremos aquí a las 8:30. No se te olvide traer el cuaderno– Le indicó Amelia.
–Por supuesto.
Se dieron un prolongado abrazo. X se marchó, consumiéndolo una sensación de pérdida que se iba diluyendo. Sobre su escritorio y observando la ventana de siempre reflexionaba acerca de los manifiestos sucesos. Sospechaba que lo innombrable le arrastraba, operando las palancas invisibles que determinan el curso del destino. ¿Cuál podría ser el clímax? Su fallecimiento en el mejor de los casos, pero ¿No era lo que, desde su más profundo interior, anhelaba? 8:30 Se encontraron en la calle acordada. Una parpadeante luminaria amarilla les permitió ubicarse. Aguardaron 8 minutos temiendo al incierto porvenir cuando un taxi se detuvo a recogerlos.
–¿A dónde quieren ir?– Preguntó el conductor.
–Sería en la calle D, por la senda B– Contestó Amelia.
–Bien, pueden subir– Les indicó dando una calada a su Malboro.
Los dos le obedecieron y entraron. El viaje transcurrió monótono, con la carretera repitiendo su patrón y el taxista expirando humo cada 8 o 9 segundos.
–Hemos llegado– Anunció a sus pasajeros, agregando– Son $45.
–En seguida– Dijo Amelia palpando su bolso y extrayendo la cantidad solicitada. Al recibirlo abandonaron el vehículo, que partió con extraña velocidad.
Superlativas rejas blanquecinas rodaban un castillo en decadencia, según mostraba la luna. Se erigían de igual modo dos estatuas de constitución femenina, más sus divinidades representativas se mantuvieron en la ignominia.
–Acompáñame, yo te guio– Dijo Amelia agarrando la mano de X con firmeza y atravesaron el desnivelado suelo.
Sus pisadas resonaban, siendo lo único perceptible aparte de los tenues atisbos del matorral. Las plantas y los árboles lucían toscos, asemejándose sus ramas a punzantes dagas. Un río originado desde remotos parajes les persiguió durante su trayecto. Finalmente dieron con el grueso y antiquísimo portón de madera, antes de que pudieran llamar a Félix este les recibió.
–Vinieron– Exclamó. Su voz sonaba frágil al tiempo que parecía sustentar una vitalidad antinatural. Se dejó ver un anciano de ascética apariencia. Su barba gris se prolongaba hasta su cintura, su ropa consistía en una túnica oscura desgastada y repugnante–Vengan conmigo.
Los tres se introdujeron. Atravesando un amplio pasillo se detuvieron arribando al comedor. La mesa se desplegaba de tal forma que evocaba grandes fiestas y reuniones, eventos magníficos que no volverían a repetirse, dejando atrás un ambiente opresivo. Tomaron asiento en un extremo. Distintas velas de cera iluminaban apenas fracciones, y sin embargo, lo suficiente como para delatar los muros de ladrillo gris y la penetrante mirada burlesca del anfitrión, que jugaba al simple mortal.
Félix abrió la conversación.
–¿Qué les trajo a mí?
–No es nuestra intención molestarle señor– Dijo Amelia– Pero somos víctimas, como otras tantas, del destino y requerimos su guía.
–No me digas– Contestó Félix sonriendo exageradamente– ¿Qué recibo yo a cambio?
–Mi amigo y yo creemos que estos escritos podrían serle útiles– Al punto se los brindaron a Félix, quien pasaba las páginas. De repente carcajeo soltándolos con brusquedad.
–Son como apuntes de niños estúpidos para mí. Estas pinceladas de conocimiento aun así son peligrosas… Si quieren continuar la sesión deben pagarme.
–¿No hay algo que podamos hacer?– Preguntó Amelia humedeciéndose ambos ojos.
Félix rio en respuesta.
–¿Crees que realmente me importa lo que te ocurra?
Luego, durante un breve instante se le perdió su mirada, como si se aislase de su entorno.
–Tú me puedes ser útil, Edmund– Dijo enfocándose en X, quien no supo cómo reaccionar o qué hacer.
–¿Cómo sabe mi nombre?– Fue lo primero que le pasó por su mente.
–Sé tu nombre desde antes de que nacieras Xavier. Soy admirador de tu trabajo, tus obras. Sino solo fantasías idiotas, son vislumbres de una realidad diferente… Tienes en tu interior una chispa especial, y con mi ayuda podrás comprenderlo, y con tu ayuda podré volver a ser lo que fui. Seré una escalera para ti como tú lo serás para mí.
X permaneció mudo.
–Me ofrezco a darte hospedaje mientras dure el proceso, hijo mío– Dijo Félix tomando el brazo a X, su tacto era frío.
–¿Qué pasará con mi madre?– Preguntó Amelia.
Félix con impasividad contestó:
–Ella, al igual que tú, están condenadas desde que comenzó la maldición, yo solo la retrase. Lo más sensato que puedes hacer es asesinar a ese saco purulento y suicidarte–X, no pudiendo callar, defendió a Amelia.
–Cierra la boca.
–Solo le ofrezco la mejor opción, si me abstuviera solo habría lugar para lo peor– Respondió a X cambiando su semblante a uno de serenidad.
–En estos instantes te encuentras en un estado propicio, toma un cuchillo y apuñálate aquí mismo. Podría aprovechar tu cadáver de mejor forma que las larvas y gusanos. En cuanto a tu madre, yo podría hacerme cargo del trabajo sucio.
Amelia se incorporó sollozando y se retiró. X le siguió los pasos sorprendiéndole la frialdad de aquel hombre, si es que así se podía llamarle. La persecución les condujo hacia una parada vehicular. Pasados algunos minutos sin mediar palabra, Amelia exclamó:
–Yo no sabía lo que pasaría, disculpa Edmund.
X, sentía creciente curiosidad inusitada. El anciano parecía conjurarle con insistencia, insinuando que era su única posibilidad para elevarse por encima de lo humano y conocer las cosas desde su propia perspectiva.
–Edmundo, ¡Regresa!
Pese a los ruegos y súplicas X se sometió al llamado del maestro, como si estuviera hipnotizado. En cuanto se posicionó ante Félix, aquel último le espetó con solemne voz:
–Tomó la mejor decisión. Acompáñeme, debe descansar, mañana será un día muy ocupado.
A través de laberínticos pasillos fue conducido hasta una habitación. Cuatro muros de concreto sin ventanas ni alguna otra clase de orificio eran su única composición. X flaqueo arrepentido.
–¿Ya está dudando?, ¿Tan pronto?– Inquirió Félix.
Aunque corría grandes riesgos ya era demasiado tarde para retractarse, su longevo captor muy probablemente poseía poderes desconocidos, poderes con los cuales lo podría subyugar y torturar, poderes que lo arrastraron ahí en un primer lugar. X se recostó en el duro suelo.
–Buenas noches– Se despidió Félix antes de cerrar la puerta y desprender un intenso chillido.
X, a merced de las espesas tinieblas, se sentía desfallecido.
–Jesús debió experimentar lo mismo estando sepultado– pensó para sus adentros, con la diferencia de que alojaba la certeza de que él jamás resucitaría.
Se dejó entonces engullir por lo absoluto. Un azote le levando, siguiendo una haz de luz y los gritos de Félix:
–¡Despierta! Vamos a comenzar.
X le obedeció y se irguió con lentitud.
–Maldición– Farfulló.
–Escuche, maldito perro– Respondió Félix.
Ambos se situaron en el comedor. Sobre la mesa diversos manjares se veían expuestos. Pavo, pastas, ternera, y otros tantos platillos de aspecto oriental. Sus olores se propagaban gracias al viento.
–¿Es el desayuno?—Preguntó X con sus ojos muy abiertos. Hacía años que no había tenido un vistazo de esa clase.
–Te dejas engañar por tus primeras impresiones– Señaló Félix Sonriendo– Me verás comerlos sin tú probar un solo bocado– Consiguiente agarró puños de pasta y se los metió en su boca mientras forzaba su mandíbula.
X reprimió sus impulsos y se sentó en un rincón. Dos horas después Félix engordó ligeramente y X, siéndole ya imposible su autodominio, intentó participar obteniendo en consecuencia un poderoso golpe.
–Si te comportas como animal, así te voy a tratar– afirmó Félix arrojándolo de vuelta al recoveco.
Las horas, minutos, segundos, avanzaron despacio. X de nueva cuenta perdió el control recibiendo una paliza mayor, lastimando su espalda. Félix, soltando momentáneamente su máscara de amo cruel y sosteniéndolo del cuello con una repentina suavidad, dijo:
–Eres como un niño a mi cargo. Debo disciplinarte para que veas de verdad– Su tono sonaba paternal.
X comprendió y recuperó la compostura pues, a fin de cuentas, tales maltratos eran por un bien mayor. Transcurrido un amplio intervalo imposible de medir, y, sin pretenderlo, X acercó su brazo hacia un diminuto pedazo de carne sobre el suelo. Félix, viendo de reojo, reaccionó violentamente estrangulándolo con fría rapidez y precisión.
–¡Haz lo que se supone! ¡Maldito!– Gritaba Félix.
X se resistía, pero las fuerzas del sabio le sobrepasaban. Al borde de perder la consciencia Félix le soltó.
–Solo obedece– Le indicó recogiendo el diminuto residuo.
Cayó la noche, los grillos emprendieron su característico canto y, tanto la luna como las estrellas se escondieron del castillo tras espesas nubes.
–Puedes salir un rato al jardín. Necesitas recuperarte. Desafíos aún mayores te esperan, hijo mío.
X esforzándose y tambaleando, se encaminó. Las titánicas rejas le hicieron reprocharse el que consintiera su esclavitud. Era como la perversidad innombrable, misma que hasta ahora había manipulado su destino, se hubiese encarnado en Félix. Sus lamentos cesaron al notar, asomándose desde afuera, una rara forma de aura maligna que le pareció familiar.
–¡Joseph! ¡Amigo Mio!
X huyó queriendo escapar en rescate de Joseph, si es que eso era aún posible, sin embargo, Félix le detuvo. Entre forcejeos le susurro:
–Ya no puedes dar marcha atrás. Tú conoces la muerte eterna. Lo llamas “lo otro”. ¿No?- Inquirió Félix apretándolo con mayor fuerza y acercando su rostro furioso– Estás a punto de conseguirlo, idiota, las personas que conocías son tan fútiles como el soplo de viento… Déjalos ir.
X le concedió la razón y anteponiéndose a su tristeza se reincorporó al castillo, custodiándolo Félix. Atravesaron los claustrofóbicos pasillos de siempre y se refugiaron en un cuarto cuya estética divergía de la general. Papel tapiz verde decoraba los muros y cualquier signo de humedad estaba ausente. Una cama cómoda se encontraba al extremo derecho, también un mueble de madera que sostenía un espejo enorme y pulcro. Sobre el único sofá el dúo tomó asiento. X respiraba agotado, al borde del colapso.
–Recuérdeme Edmund ¿Porque está aquí?– Dijo Félix con suprema calma.
–Por estúpido.
–¿Además?– Preguntó X sonriendo.
–Me obligaste, ¿No es así? ¡Te metiste en mi cabeza!
–Ahí estaba el deseo latente, yo solo lo empuje. Responda la pregunta.
–Porque odio el mundo, odio la naturaleza, odio el simple hecho de despertar cada día.
–Entonces suicídece, es más fácil– Le convido Félix amablemente.
–No… si es así me veré obligado a regresar, solo que en otro cuerpo. Otras circunstancias… ¡Deja de jugar conmigo!– Gritó X.
Félix amplió aún más su sonrisa, transformándose en una mueca violenta.
–¿Por qué odia tanto la vida?– Preguntó Félix.
–No lo sé– Respondió X recostándose.
–Le voy a explicar: Lo que usted ve no lo hace con sus ojos físicos, sino con su mente… Usted venera la muerte, que es el cambio, pero existe una muerte real y profunda, mi misión será que usted pueda contemplarla.
X ni se inmutó, absorbiéndolo su malestar.
–Le contaré mi historia, quizás le sirva para identificarse.
X alzó su mirada con disimulada apatía.
–Mi camino comenzó como campesino en la baja edad media, cuando la Iglesia fungía de principal mediadora entre lo terreno y celeste. Aun siendo un pobre labrador ignorante, yo despreciaba el cristianismo. Me bastaba contrastar sus mensajes de amor y predicas con las torturas y guerras que realizaban– Félix dejó ver un ligero desprecio real– Una tarde acalorada y miserable, como eran entonces todos los malditos instantes, se me presentó un pastor que dirigía a sus ovejas. Sus lanas amarillentas y figuras flacas demostraban sus enfermizas condiciones, su pastor no se quedaba atrás, equiparándose a un no muerto envuelto en pestilentes harapos. Se giró y me auguró: “Mañana tu esposa e hija morirán cuando surja el alba. Vaya al lado norte del bosque, ahí le brindaremos refugio”.– Negándome la oportunidad de responderle, se retiró con antinatural rapidez. Dicho y hecho, fui el único sobreviviente de una masacre que, debido a que dormía, no pude presenciar. Mi esposa Acquilina y mi niña, Alba, habrían sido asesinadas. Me dirigí hacia donde se me índico motivándome mis deseos de venganza, portando una hoz como arma. Pensé que sobre mí había lanzado una maldición o que, perteneciendo a un grupo de bandidos, los envió a que las matarán, pero mis pensamientos jamás consideraron que fuese a dar con un templo, un templo de constitución gótica, aunque pequeño.– Llantos, clamores y sollozos desviaron pronto mi atención. Provenían de dentro. Me interné descendiendo por una serie de escalones alumbrados gracias a débiles antorchas. Dando con el origen me sobresalté ante la impresión que me prodigaron las tumultuosas personas podridas, mutiladas y cancerosas, que sufrían en torno a una roca de obsidiana. Grité acusándolos de brujos sumándome a la turba, que con mi condena acrecentó su demencia. Busqué la salida en vano, me había sumergido tanto que me terminé extraviando. Finalizada la inhóspita ceremonia y abandonándome aquellas desgraciadas entidades, un anciano, Bilaam, se llamaba, que más tarde sería mi mentor, se me acercó arrastrándose, pues no tenía sus piernas. Me preguntó que buscaba aquí, a lo cual, ingenuamente, respondí que aceptar mi condena, me llamó idiota y luego afirmó poseer el secreto de la verdadera sabiduría, una sabiduría prohibida por los débiles y reservada para quienes tienen un estómago fuerte, se ofreció a ser quien me iniciará e introdujera por el camino “real”… Cualquier anhelo de represalia había desaparecido, lo único que pervivió a lo largo de mis 33 años de desarrollo interior fue el anhelo de conocer al Dios que tanto veneraban, a pesar de, en el sendero, haberme privado de mis genitales y mi brazo derecho. Superé las condiciones de la mente normal. Exteriormente parecía un pordiosero, pero era más grande que cualquier rey, duque, Papa, etc. En un punto, mi padre espiritual murió, a su carne le dimos hospedaje en nuestros cuerpos, fue hermoso. Sin embargo, quedaron cabos sueltos, nunca conocí la identidad del pastor– Culminó Félix su relato con la mirada perdida, como si no se lo dedicase a X.
–¿Cómo mi presencia te puede ser útil?
–El conocimiento, no me refiero a la memorización de datos inútiles, sino al conocimiento de la verdad, es como una escalera de peldaños inabarcables. Cada individuo o grupo se corresponde a un grado de acercamiento a la verdad. Se puede ascender compartiendo la cantidad de conocimiento que se posee a alguien inferior. Yo me encuentro en el lugar de mi antiguo maestro, él, por su parte, me supera– Hizo una pausa– Yo te ayudaré a ascender.
X reaccionó perplejo.
–Le acompañaré a su recámara, si no puede dormir, medite acerca de lo escuchado, ya no habrá más preguntas– Dijo manteniendo su seriedad.
Ya en su habitación, se dio cuenta de algo que no había notado, Félix adoptaba máscaras diferentes, inclusive opuestas, acoplándolo a lo que X requiriese. No obstante ¿Cuál era el auténtico Félix? ¿Su supuesto origen era verídico o una invención para inspirarlo? Quizás Félix era su protector, su luz en las sombras, las cuales escondían trampas peligrosas y abominaciones. Pese a los pormenores, si esperaba avanzar debía atenerse a la única figura dispuesta a apoyarlo. Sin percatarse, se quedó dormido. En un estado semiconsciente, dificultándosele adquirir pleno uso de sus sentidos, alcanzaba a rozar con los susurros que pronunciaban– Ya casi llegamos– después se le reitero con mayor intensidad.
–Despierta Edmund, despierta Edmund. ¡DESPIERTA!
Dio entonces X con una escena inicialmente borrosa que, más adelante, se volvió nítida. Amelia, malformada, quemada y la cara apenas identificable, se esforzaba por respirar. Hundía su pecho de manera exagerada, casi caricaturesca, para rellenarlo y repetir el proceso.
–Yo no le he hecho nada Edmund… Su madre murió y toda la porquería que le estaba destinada la alcanzó. Deberás matarla.
X se tambaleó y retrocedió.
–Si quieres ayudarla es preciso que la asesines– Dijo entusiasmado y saltando, como un niño disfrutando la tortura a un moribundo animal.
–¡No! ¡Maldito seas para siempre!– Exclamó X ocultándose detrás de sus brazos.
–¿Me maldices a mí? ¿A mí, que te he acogido? ¿A mí, que estoy más allá del bien y el mal? Observa la vida– Seguido Félix alzó y extendió sus brazos– ¡No! Mejor… ¡El Todo! Qué es el todo sino una bestia que devora sus propias heces para la eternidad.
X se convulsionó lanzando gritos terribles, su maestro se le acercó y acariciando su cabello continuó:
–No hay lugar para los débiles. Aquí está el punto de inflexión. Se más que un humano y trasciende tu naturaleza sigue igual y dejemos de perder el tiempo.
X reconoció la genuina sabiduría en su sentencia:
–Lo haré– Susurró con inseguridad y remordimiento.
Félix le entregó una filosa daga, la cual sacó de su túnica. Acercándose indeciso al vestigio humano elevó su arma para después enterrarla en su cráneo, acabando por hacerle una trepanación. Amelia falleció al instante. X fue inundado con una carga de adrenalina tal que perdió el control de su cuerpo, cayendo. Félix, sin dilación, arrodillándose le dijo:
–Aférrate al dolor, como un éxtasis. Aférrate a él como si fuese la llave del paraíso– X no pudo y perdió el conocimiento. Su iniciador, con notable decepción, se apartó y le amenazó:
–Fracasaste. No esperes más misericordia de mi parte.
Momentos antes de cerrar la puerta continuó:
–Hoy dormirás con el cadáver.
Todo se ahogó en muda oscuridad y olor a fluidos. X, como catatónico, no se atrevió siquiera a abrir sus ojos. En el lapso de ocho horas no hubo cambio alguno, excepto el aumento en la intensidad del repulsivo aroma. Finalmente se dignó a pararse y salir acometiéndole un indefinido sentimiento, no iba hacia ninguna dirección precisa.
–Veo que has despertado, por iniciativa propia– Dijo Félix deteniendo su marcha– Sígueme, vamos a desayunar– Su tono sonaba demasiado neutral, no dando indicios de nada.
Sobre la mesa del comedor se extendían huevos, cordero, tocino ahumado, etc.
–Siéntate– Le invitó Félix ofreciéndole una silla.
–Me quiero morir ahora– Dijo X rompiendo la taciturna atmósfera.
–No es verdad. Traga, te espera un día de mil demonios.
–Me voy a matar.
–No es cierto, dices cosas que nunca serías capaz de realizar. Es típico de…
Un fuerte ruido de un plato quebrándose evitó que acabase. X se había impactado su frente, que ahora sangraba.
— Todavía vives– Musitó Félix– Come maldito, jamás tendrás otra oportunidad.
— ¿Qué hora es?– Preguntó X con naturalidad.
— Eso es irrelevante– Contestó Félix molesto.
Sin otro remedio, X comió cuanto pudo siéndole ausente el gusto que se supone debía procurarle.
— No se lo tome personal Edmund. Le recuerdo que es parte del proceso para la abertura de la verdad y otros placeres… Placeres reservados a los dioses. Yo también fui sometido a tormentos, peores incluso que las suyas– Félix cambió su expresión a una severa– Gracias a mis sacrificios y dolor es que usted tiene fácil acceso a esta enseñanza y sus frutos.
La culpa y el miedo acariciaron la espalda de X.
— Deme las gracias– Farfullo Félix.
–Gracias—Susurró X.
Con el estómago lleno y Félix, habiendo sido renuente a probar un solo bocado le dijo a X:
— Vamos al siguiente paso, acompáñeme.
Regresaron a donde reposaba el sensual cuerpo de Amelia.
— Debe intimar con su cuerpo. No me falles esta vez, hay peores formas de lograr el resultado.
X, abnegado, se bajó los pantalones e introdujo su escueto falo en el purulento clítoris. Este proceder le permitió atisbar la médula de “lo otro”.
–Aférrate a ese asco Edmund. En su misterio hallarás la luz.
Esforzándose tanto como podía, besó su cuello y labios, pretendiendo encender su lujuria, empero, le dominaron las náuseas, vomitando a un costado, evitando ensuciar a la helada concubina.
–Continúa ¡Continúa!– Dijo Félix de tal modo que parecía estar eyaculando.
X rememoró las veces en que Amelia lo maltrató cruelmente, humillándolo numerosas ocasiones, para luego abandonarlo a su suerte. Ahora disponía de ella. Sus ojos, sus senos, sus manos y sus pies estaban bajo su poder. Lo que aconteció después fue precioso. Animada representación del Ying-Yang. Los opuestos reconciliándose en unidad. Cómo antesala al éxtasis, X le arrancó su labio inferior para tragarlo.
–¡Bien hecho!– Aplaudió Félix conmovido y llorando.
Luego: el vacío.
X despertó, Félix se había ido. Se separó de la bolsa de carne. Había renacido, veneraba desde lo más pequeño e insignificante como los tiernos gusanitos que penetraban aquella piel moribunda hasta la hinchada vagina sangrante. Familiarizado en este punto con la edificación atravesó sus pasillos hasta dar con el jardín. Un brillo dorado bañaba las plantas, y el aire cargaba consigo la típica frescura matutina. Una imponente sombra miraba al horizonte. Era su amado maestro. X corrió a su dirección y arrodillándose exclamó:
–Gracias. Me has iluminado.
Félix revolvió su cabello.
— Has avanzado más de lo que crees. Ya va siendo momento de que lo inteligible te sea revelado.
A continuación, Félix le dio instrucciones:
–Debes volver al transcurrir dos días, durante este tiempo explora y se consciente de tu nuevo estado. Te advierto que, de no regresar, estarás maldito por el resto de tu eternidad… Ve y toma un baño. Te proporcionaré ropa.
En cuánto se limpió y vistió, anticuadamente, pues portaba una camisa blanca y pantalones negros formales del siglo XIX. Se retiró siendo el exterior ajeno. Las carreteras que se entrelazaban y los edificios deteriorados. De pronto notó una estación de policía– Debo notificarles lo ocurrido– pensó muy fugazmente,– No– Se respondió siguiendo el eco de un principio universal recién revelado.
–El todo supera la moral humana.
Dicho lo cual prosiguió rumbo a su departamento. En las escaleras retumbaban sus pisadas, la posadera se sobresaltó cuando encontró al inquilino desaparecido, luciendo más pálido y escuálido de lo normal, así mismo, usando prendas desconectadas a la época.
–¿Qué le ha pasado?– Preguntó palpando su pecho.
X, absteniéndose de siquiera mirarla y cruzando la entrada hacia su habitación, murmuró:
–No le incumbe.
Con torpes y descoordinados movimientos se tumbó sobre su lecho y sepultando su cara bajo su almohada lanzó fuertes gritos. Muy adentro lo sentía, una parte de sí estaba muriendo y, a la misma vez, naciendo. Al día siguiente se mantuvo acostado, nada valía la pena realizarse. Lo que tanto había amado, el arte, le parecía, le parecía a la luz de lo experimentado, simple paja, como todo lo demás. Su ensimismamiento paró, una sucesión de golpes exige su presencia. X, al principio reacio, atendió al extraño. Una mujer mayor, viéndose cansada y molesta espeto:
–¿Es usted Edmundo Xavier?
X asintió.
–Soy Vivian, mi esposo Joseph quiere verle. Ha sido dado de alta.
–No me importa– X albergaba una genuina indiferencia.
— Ruego que lo haga. El pobre ha quedado desvalido– Persistió la mujer al borde del llanto.
–De acuerdo, la acompaño– Respondió X asomándose su antiguo
–Sígame. Tomaremos un taxi.
Pese a su trato cortés, sus rasgos delataban una rabia reprimida. En el trayecto ninguno medio palabra. La sala principal alojaba cuatro verdes sillones. X se sentó sin haber sido convidado. Se proponía proseguir desde el desapego, sin embargo, su fachada se rompió al toparse con Joseph. Babeaba y su frente tenía una pronunciada cicatriz.
–¡Joseph! ¿Qué te han hecho?– El original X reapareció. Lo abrazó con fuerza.
— No…lo…sé– Farfulló Joseph.
–Lo han curado, o al menos eso aseguran– afirmó su esposa sentándose a su lado con profundo pesar.
–¿Cómo pasó?– Preguntó X incrédulo.
–Joseph mismo lo solicitó. Pidió que lo lobotomizaran– Buscando tranquilizarse sacó un cigarrillo Camel y, tras encenderlo, inhaló profundamente.
–De nunca haber recibido ese estúpido cuaderno, nada le habría pasado– Espetó Vivían con desprecio.
Hubo una prolongada pausa que propició melancólicas reflexiones. X se culpó.
–Joseph, ¿No tenías algo que darle a tu amigo?
Joseph extrajo de su bata roja un arrugado sobre que le entregó a Vivian y está, a su vez, se lo dio a X.
–Cuando lo terminé hágame el favor de compartirlo.
–No Vivían, es suyo– Dijo el anciano-niño en un destello de lucidez. Vivian lo abrazó, humedeciendo su frente con sus lágrimas.
–¡Váyase, no quiero volver a saber de usted nunca más!– Le gritó Vivian. Joseph, en cambio, sonrió y le despidió.
–Vuelve pronto amigo.
X, disimulando su malestar, se fue. Estando ya en su escritorio, leyó la misiva de Joseph:
Mi querido Edmund, temo que para cuando leas esta carta me habré convertido en un reverendo idiota, lo cual, en cierto modo, está bien. Una vez dijo un sabio: “La ignorancia trae la felicidad”. Cuida a mi esposa de la forma en que puedas. Y, por lo más sagrado que hay en el mundo. Deshazte del cuaderno.
Dobló la hoja y la arrojó por su ventana. Esa noche no cenó ni durmió, le suponían vacías necesidades, cadenas que le ataban a una existencia que jamás pidió. La mañana llegó pasando lo que se le figuraron minutos. El aire frío le produjo náuseas. Debían ser apenas las 6:30 am cuando X salió. Necesitaba un espacio que le permitiese despejar su mente. Atravesó la carretera, que tanta inspiración le había prodigado, siendo está vez artificial. Después de un rato se encontró con una iglesia nunca antes vista. ¿Por qué hasta ahora se me ha manifestado?– Se preguntó. Pronto encontró una posible respuesta, deseaba un consuelo, aunque estuviese basado en la fantasía. X Ingreso. Comprobó que su exterior superaba en altura y belleza al interior. Las paredes mohosas y repletas de fisuras sujetaban imágenes representativas de Jesucristo y varios santos inidentificables. Llamó su atención una estatuilla de Jesús crucificado. El vaho le generó estragos, dándole la apariencia de un genuino cadáver en descomposición. Se postró ante ella esperando cualquier anunció o aparición. Cualquier evento que le disuadiera de continuar con su autodestrucción. Clamó a los nombres que conocía: Miguel, Gabriel, Samael, Samael… Samael, como si se tratase de un mantra repitió aquello último, moviéndolo una voluntad diferente a la suya. Escuchó que algo le hablaba, sin embargo, ese algo formaba sus palabras a través del aire. Un tenue brillo rojo comenzaba a dominar el lugar.
–Te has desviado del sendero de tu padre– Exclamó.
–¿Quién eres?– Preguntó X nervioso.
–Soy aquel que Joseph quiso evocar erradamente y, en lugar de la bendición del juicio, atrajo la maldición de la crueldad.
–No sé que hacer… Me encuentro a la merced de lo incomprensible– Dijo X.
— Serás sumiso y obediente al tuyo padre Yaldabaoth, y abandonarás al brujo. “Un ciego no puede guiar a otro ciego”.
X entendió al instante, cada individuo percibe apenas un fragmento de toda la realidad, por consiguiente, tienen un cierto grado de ignorancia. La ciencia de Félix era menos que nada comparada con la omnisciencia de lo absoluto.
–¿Cuál es el plan de tu dios?
–Sucumbe a la fatalidad, su plan universal.
X tuvo una visión del futuro que le esperaba de acatar al ángel. Su cuerpo, a medida que pasaba el tiempo, se deterioraba. así como su mente y su alma. En resumen, se le invitaba a permanecer víctima de su condición humana. Empero, advertía que detrás del telón del sufrimiento perduraba un mayor y benéfico plan. Cada ente, cada vida, suponían una pieza importante en el infinito engranaje del todo. Estaba en sus manos separarse de dicho plan para perecer eternamente, ser defecado del ser. Tomó entonces su decisión:
–Aléjate de mí Satanás– Gritó X con fiereza.
Un rugido bestial y terrible impregnó cada recoveco, luego agonizó lentamente. Fatigado X se dirigió a la salida previo a cruzar el umbral un corpulento y joven sacerdote le saludó mientras le sonreía fraternalmente.
–¿Se va a quedar a la misa?– Preguntó.
X se enfadó.
–Malditos sean todos ustedes– proliferó X yéndose.
Durante su viaje y sintiendo el peso de las horas detuvo a un joven transeúnte.
–¿Qué hora tiene?– Le preguntó X.
El muchacho, que no superaba los 19 años, estuvo breves instantes sorprendido de que un ser humano pudiese tener rasgos tan bestiales y decadentes, pero atendió pronto al extraño, empujándolo el miedo antes que la amabilidad.
–10:46– Dijo continuando su andar.
Es cierto, X se hallaba tan sumido en sí mismo que ignoró el caer de la noche. Los taxis, tranvías y camiones rechazaban su ingreso, así que tuvo que ir a pie. En cuanto llegó, le suplicó a Félix, quien le esperaba afuera del castillo, que le perdonase. Su furor se interrumpió cuando sin inmutarse, dijo:
–Llegaste con 5 minutos de antelación.
Habiéndose recompuesto, X fue conducido hasta el área posterior, descendieron entonces por un sótano. Pocas antorchas iluminaban la instancia casi vacía, de no ser por un pozo que se hallaba justo en el centro, del cual surgían potentes aromas a descomposición. Su viscosidad y color negro matizado de color rojo, delataban que la sustancia que contenía era sangre. X no se preocupó por su procedencia, de hecho, ya nada podía sorprenderle.
–Está muy oscuro—Señaló X.
— Oh sí, es necesario para ver más allá de lo físico, ya deberías saberlo. Ahora calla, invocaré al real maestro.
Félix prorrumpió palabras inteligibles, si es que así podría denominárselas, de volumen vacilante. Siendo que la noción del tiempo, debido a las condiciones, se perdía, X percibió que transcurrieron horas. El pequeño mar rojo comenzó a producir tenues olas que se iban incrementando. Formas imposibles se fueron materializando hasta salir un esqueleto incompleto, sus piernas, su columna y brazo derecho se mantuvieron invisibles. De sus dientes emergieron las palabras siguientes, siendo su voz andrógina y rara, como si hablase un insecto.
–Disfruten mientras pueden de los placeres carnales.
–¡Fuera de aquí larva maldita! Exijo la presencia de Bilaam—Espetó Félix autoritario.
A continuación, sonaron gemidos entremezclados con gruñidos bestiales.
–He aquí Bilaam– Se anunció con voz mecánica.
–¡Maestro!– Gritó Félix emocionado y haciendo una reverencia.
X le imitó impactado.
–Exijo que el tuyo aprendiz se acerque a mí y goce de la presencia de quien, en secreto, le ha procurado, cuan madre amorosa a su hijo lisiado.
Félix le indicó que le hiciera caso.
X se aproximó con pasos lentos.
–Concéntrate en mi imagen, no huyas cómo lo haría un débil mortal, pues en mí aguarda la luz negra. Con sumo esfuerzo centró su visión en Bilaam y, en efecto, sus desventuras cobraron sentido. Antes del tiempo y el espacio, existía la unidad, que se dividió en la duada maldita, El uno se volvió macho y hembra a la misma vez. Se embarazó a sí mismo, eyaculando la luz primordial, una especie de “Esperma divino”, La duada se embarazó y se convirtió en triada, empero, algo salió terriblemente mal, el feto nació defectuoso, reconociendo su condición intentó devorarse en vano… He ahí el eterno pecado. A continuación, X apareció ante una caverna de insondable profundidad, en su interior un tenue brillo aparecía para luego extinguirse, X entró con inseguridad dando finalmente con su propio rostro, el cual prolifero chillidos y alaridos, como si no debiese haber sido descubierto. En efecto, había renacido en la muerte…