Autor: Francisco Robledo
No sé desde cuando estoy aquí. Acostado en una camilla: espalda y culo con llagas. Me duelen los órganos, como si se hubiesen desprendido de su función y ahora se han revelado. Se distienden aguados hasta el fondo de mis testículos, aunque los más osados han logrado llegar a la punta de mis pies. Lo único que hago desde que estoy aquí es contar mi respiración, abrir y cerrar los ojos como 1246 veces por minuto. Con tan de ignorar, pero no puedo más que mirar esa luz que es como emanada por una brizna; lluvia de vidrios rotos. Justo antes de que caigan, desaparecen por encima de mí. Tengo la cara de lado porque mi cuerpo reacciona por instinto, pero nada cae. Excepto ese hilillo que acaba de aparecer. Del techo llega hasta casi tocarme la nariz. ¿Lloverá un círculo negro? O, ¿qué es eso que viene bajando? ¿Un aguacate? Me recuerda a un estambre. Baja por el hilo metálico hasta pegarme en la nariz. No puedo hacer nada más que aguantar lo que venga. Imploro desde que desperté amarrado a la cama, metido en este cuarto que apenas y tiene luz su foco. Siempre prendido. Si no estuviera, duermo y despierto en total oscuridad. Tengo que abrir los ojos porque otra vez siento un golpe. A diferencia del pasado, es más fuerte el impacto. Busco y están tiradas a un lado mío. Una encima de la cama y la otra no. Ambas se mueven, respiran o convalecen. El cuarto se ha vuelto más caliente. Sudo. De la punta del hilo, otra figura negra, más grande que las anteriores, baja, cae, pega, rueda por mi cara hasta llegar al piso. Nace una bola negra, más negra cada vez.
No sé cómo ni cuándo dejará de caer una nueva sobre mi rostro, que hinchado, duele. Quiero llorar, no puedo, y otra me golpea. Se siente cuero pegajoso. Casi todas en el piso rodaron por mi cara. No sé cómo llegué aquí, ni desde cuándo estoy, pero de que caigan bolas palpitantes, hoy. En el suelo, la cama, todas palpitan con más violencia cada vez. Huevos que no se rompen. ¿Qué son que no dejan de moverse? Mis gritos son lo único humano. Nadie escucha que me ayude, y seguro es el último, prolongado de fétido aroma de boca vieja. A las bolas empiezan a salirles patas, en ellas, pelos, largos y afilados ¡Insectos! Intento cerrar los ojos. Por error miro hacia arriba. Una araña, más grande que todas, con más ojos que patas, baja hasta quedar frente a mí. Su aroma de ácido muriático marea. Todas las demás se apoderan de la habitación que ennegrece con su forma miriópoda expandida. Soy el único grito que no se emite. La araña madre se sostiene del culo al hilo. Con todas sus patas me arrancan de la cama. Me abraza, y duele porque al hacerlo, también sus vellos cortan. Sube girándome violento, y enrollándome con telaraña. Las crías esperan el bocado de mí.
Sobre el autor: Francisco Robledo. Saltillo 1990. Librero, ha publicado en diferentes medios impresos y digitales. Antologado con cuento y poesía. En la actualidad hace el fanzine Kafka tríptico involuntario, que tiene recorriendo algunas ciudades del país. Este relato es parte de su último libro “Monstruosa Ficción”. Su Facebook es: Paco Robledo Bizarro.
Conoce más sobre nosotros en: Un café con Lina 44